Ubicada sobre una cordillera de la región chilena del Maule,
la meseta de «El Enladrillado» constituye un enigma fascinante. ¿La razón? Se
trata de una obra a todas luces artificial, cuyas piedras parecen haber sido
cortadas con herramientas de precisión… O eso afirman muchos de los
investigadores que han accedido a este misterioso enclave. Pero, ¿quién
construyó esta sofisticada calzada? ¿Acaso es parte del legado de los dioses
blancos que prevalecen en tantas tradiciones indígenas?
En 1968, la prensa chilena se hizo eco del hallazgo de una
extraña meseta en la cordillera de la Región del Maule, en el centro-sur del
país. Ubicada a unos 2.100 metros sobre el nivel del mar, la plataforma pasó a
ser conocida como El Enladrillado, debido a que las piedras que la integran no
sólo tienen la apariencia de haber sido cortadas artificialmente, sino que
poseen una simetría evidente. De acuerdo con la ortodoxia histórica, las
culturas de los Andes meridionales no levantaron construcciones ni monumentos
megalíticos. Entonces, ¿quién lo hizo? Sabemos que los primeros habitantes de
la Región del Maule eran nómadas. No obstante, en ciertos ambientes favorables
como cuencas lacustres y ríos, propiciatorios de actividades de caza, pesca y
recolección de frutos y semillas, se desarrolló un semisedentarismo que,
gradualmente, dio paso a asentamientos más estables. En cuanto a los sitios
arqueológicos propiamente dichos, la cronología revela que la región fue
habitada desde 1300 d. C. en adelante, aun cuando uno de estos yacimientos presenta
una ocupación más temprana, en torno a entre 700 d. C. y 1100 d. C.
Pese a lo anterior, El Enladrillado desafía la lógica
aceptada. Porque, ¿cómo pudieron los habitantes de estas tierras, con sus
rudimentarias manifestaciones culturales, construir semejante plataforma? E
incluso de haber sido ellos, ¿qué conocimientos poseían? ¿Qué herramientas
emplearon? Y, sobre todo, ¿cuál fue el objeto de construir esa sofisticada
«pista» en los Andes?
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